Luis: La memoria de la sangre

Se sentía perdido. Abandonado a una nada oscura. Sólo iluminado por fugaces destellos de imágenes dolorosas que lo atravesaban como relámpagos. Todas ellas parecían pertenecer a otro tiempo, a otra vida. A duras penas lograba tomar conciencia de sí mismo, de quién era y qué había sucedido para llegar a encontrarse así.

A veces escuchaba voces hablar, pero no sabía de dónde provenían. Creía que hablaban de él pero no las reconocía, ni terminaba de entender qué decían. Venían de todas partes y a la vez de ninguna. Se sentía tan confuso y desorientado entre tanta oscuridad…

Un nuevo estallido de luz lo iluminó todo. De repente descubrió que había un objeto tirado en el suelo justo delante suyo. Se inclinó para palparlo. Parecía un enorme libro, cuyas tapas eran duras y de tacto rugoso, como si tuvieran símbolos o caracteres marcados en ellas. Intentó discernir su forma siguiéndolos  con su dedo y encontró uno más grande en la parte central. Era incapaz de ver qué era pero su forma le resultaba muy familiar, aunque no sabía el porqué. Intentó abrir el libro y de golpe una luz cegadora lo rodeó y lo absorbió hacia su interior…

Se encontraba en un salón acogedor. En su centro había una chimenea en la que crepitaban las llamas, que consumían lentamente la madera que servía de combustible. Enfrente había un sofá con un hombre de avanzada edad sentado en uno de sus extremos. Estaba inclinado sobre la mesa de centro revisando unos documentos. Junto a ellos había una pipa de fumar y una especie de tomo de cuero de grandes dimensiones. Su piel era pálida y su pelo corto y canoso. Numerosas arrugas cruzaban su rostro serio según desenrollaba una gran lámina y la colocaba ceremoniosamente sobre la mesa. En ella había escritos muchos nombres y líneas que los interconectaban con anotaciones y fechas. Si el hombre lo veía, no hizo ademán de reaccionar.

Una puerta se abrió en el extremo y apareció una figura menuda. Esta cerró la puerta y se acercó con pasos vacilantes hacia la luz de la chimenea. No debía tener más de ocho años, pero contaba con un gran porte. Sus pelos rubios parecían fulgurar con el brillo de las llamas cercanas. Sus ojos azules brillaron con una chispa de inteligencia cuando se acercaron y vieron la gran hoja sobre la mesa. Al contemplarlos lo supo, era él. De alguna forma eran la misma persona. Se estaba viendo a sí mismo cuando era chico. ¿Pero por qué era incapaz de recordar esta escena?

–    Abuelo, ¿qué estás haciendo? –preguntó el pequeño con fingida timidez.

El anciano alzó la mirada para observarlo con interés. Parecía que estudiara hasta el más mínimo detalle del pequeño. Tomó su pipa, echó tabaco y la prendió. Inhaló y soltó una larga y placentera bocanada antes de volver a centrarse en su nieto.

–    ¿Ya saben tus padres que has subido aquí? –preguntó serio.
–    Sí, abuelo. Están ocupados con el bebé y ya he terminado mis tareas. Les he dicho que quería hacerte compañía. Quiero que me cuentes más historias por favor –pidió el niño con los ojos iluminados, como quien espera recibir una golosina.

Martin suspiró y su faz de seriedad se tornó afable según aparecía una gran sonrisa en su rostro.

–    El abuelo está trabajando ahora mismo Luis, no tiene tiempo para contarte ninguna historia. Pero puedes quedarte haciéndome compañía, siempre y cuando no me distraigas –aventuró a decir al ver la cara de decepción de su nieto.
–    ¡Gracias abuelo! –estalló en alegría mientras le daba un abrazo.

Luis se sentó al lado de Martin y empezó a analizar a toda velocidad todo lo que había sobre la mesa.

–    Abuelo, ¿qué significan los nombres que hay en ese papel?
–    ¿No habíamos quedado en que no me ibas a distraer?  –espetó contrariado Martin.

Atravesó con su mirada a su nieto, pero este se mantuvo firme con su rostro retador, decidido a no rendirse fácilmente.

–    Está bien, tú ganas. Es evidente que has sacado el espíritu guerrero de tu padre –dijo riendo Martin.
–    ¿Qué es lo que haces abuelo, para qué son estos nombres y las fechas?  –Luis preguntaba sin contener sus ansias.
–    Calma Luis, calma, si algo vas a tener que aprender en esta vida es a tener paciencia. Bien, lo que estoy haciendo es investigar nuestro pasado. Descubrir de dónde venimos para así discernir mejor hacia donde vamos.
–    ¿Y cómo pueden unos nombres contar el pasado? –preguntó incrédulo pero cada vez más interesado.
–    Mira, te lo voy a mostrar.

Martin acercó la hoja a su nieto. Cogió su mano y guio su dedo a la parte inferior hasta detenerse en su nombre, junto a su fecha y el lugar donde había nacido.

–    Este es nuestro mapa genealógico que representa a nuestros antepasados. Aquí estás tú. Naciste el 20 de octubre de 1989 en Sevilla.
–    ¡Y a mi lado está Tristán! –dijo él asombrado viendo su nombre, que parecía una anotación reciente.
–    Exacto, tu hermano recién nacido ocupa su lugar también a tu lado. ¿Quieres saber algo?
–    ¡Claro abuelo!
–    Llevo muchos años estudiando nuestro linaje. Si miras el mapa, todos nuestros antepasados sólo tuvieron un descendiente. Es la primera vez que un Oden tiene más de un hijo. Tu padre ha sido el primero en engendrar a dos –dijo complacido.
–    ¿Y eso por qué? ¿Cómo lo sabes?
–    Verás jovencito, ya sea por el azar o por otros designios, en nuestra familia nunca ha habido más de un descendiente. ¿Y quieres saber algo más? Siempre han sido varones.
–    ¿Nunca ha habido niñas en la familia? –preguntó incrédulo Luis.
–    Me temo que no. Aunque quien sabe, después de Tristán puede que llegues a tener una hermanita algún día –dijo sonriendo.
–    ¿Pero cómo puede ser eso abuelo?
–    Pues verás Luis, los seres humanos estamos definidos por una cosa llamada ADN.
–    ¿Qué es el ADN? –lo interrumpió Luis.
–    ¡Calma jovencito! Verás, es el código genético que marca cada uno de nuestros rasgos físicos. El hecho de que tengas los ojos de color azul y no marrón. Que tu pelo sea rubio y no negro. ¿Entiendes?
–    Sí, creo que sí. Entonces, ¿nosotros no somos de aquí?
–    ¿Cómo que no somos de aquí? –preguntó extrañado Martin.
–    En el colegio todos mis amigos son morenos o castaños y yo soy el único rubio con ojos azules. Si te he entendido bien abuelo, quiere decir que mi ADN es diferente del suyo. ¿Eso quiere decir que nuestros antepasados han tenido un origen diferente del de mis amigos?
–    Sí y no, pero veo que lo has entendido muy rápido –dijo complacido Martin.
–    ¿De dónde somos entonces?
–    Eso es lo que llevo años intentando descubrir, cuál es nuestro origen verdadero. Pero si miras nuestro mapa genealógico podrás descubrir nuestro pasado más reciente.

Luis miró ávidamente el papel siguiendo las indicaciones de su abuelo. Pasó de su nombre, y el de su hermano recién nacido, hasta el de su padre. Él también había nacido en Sevilla como él. Siguió hacia arriba hasta llegar al nombre de su abuelo Martin y lo que vio lo sorprendió.

–    ¡Abuelo naciste en Alemania! –exclamó.
–    Así es pequeño.
–    ¡Es por eso por lo que tu acento siempre ha sido raro!
–    Exacto, a pesar de llevar tantos años en España todavía sigo arrastrando la influencia de mi lengua nativa.
–    ¿Cómo es que te fuiste de Alemania y viniste a España? Tiene que ser una gran historia –preguntó fascinado.
–    En realidad es una historia muy larga, y muy triste también –dijo mientras su rostro parecía fatigarse por un instante.
–    Cuéntamela abuelo, ¡ya soy mayor!
–    Otro día Luis. Tan sólo te diré que tu abuelo tuvo que huir de la Alemania Nazi para proteger el legado de nuestra familia, nuestro tesoro más valioso –dijo volviendo su mirada al pesado tomo de cuero situado sobre la mesa.
–    ¡Papá me contó sobre la Segunda Guerra Mundial! Pero aquí pone que fue antes.
–    Sí, me marché mucho antes de que empezara, al poco de llegar al poder Hitler, pero como te he dicho es una larga historia para otro día –concluyó Martin.
–    ¿Y qué es ese libro, por qué es nuestro tesoro más valioso? –Luis no quería desaprovechar la ocasión de absorber toda la información posible de su abuelo.

…todavía vamos a tener que realizar muchas pruebas, pero ha cambiado por completo. Su metabolismo, capacidad motora, actividad cerebral…

De repente, unas voces inundaron la escena resonando como ecos que lo llenaban todo haciendo tambalear la escena tornándola borrosa por momentos. Luis y Martin hicieron caso omiso, como si no las escucharan ni notaran nada extraño.

–    Este libro es nuestro legado. Ha pasado de generación en generación aunque no siempre ha tenido esta forma, ha sido transcrito muchas veces.

…necesita tiempo para adaptarse a los cambios que ha sufrido. Los datos indican que su mente está inmersa en un proceso que no alcanzo a comprender todavía…

–    ¿Puedo verlo abuelo?

… si lo fuerzo como me pides podría provocarle daños irremediables. Insisto en que debemos esperar a que despierte por sí mismo…

Martín tomó con sus manos temblorosas el libro y lo volteó mostrando su cubierta superior. El cuero se veía viejo y lleno de marcas, o quizás eran una especie de símbolos que no supo identificar. Salvo el más grande que dominaba al resto que le resultó muy familiar. Luis se acercó con gran interés…

–    Lo que voy a mostrarte, Luis, es algo que deberás mantener en secreto para siempre y no revelárselo a nadie, ni siquiera a tu padre. ¿Has entendido? –dijo Martin muy serio mientras abría el libro y lo encaraba a su nieto.

…error, pero si no hay otra vía y la capitana dice que lo necesitamos… Interrumpiendo el coma…

Quiso acercarse para ver qué era lo que estaba contemplando, qué había en el interior del libro, pero todo empezó a volverse borroso y a desmoronarse con una luz cegadora. Su yo de pequeño y su abuelo desaparecieron, el salón también y la blancura lo dominó todo, a la vez que las voces de afuera se hacían cada vez más claras…