En esta nueva entrega de Tras la Marca de Odín vamos a hablar sobre el paracaidismo, un deporte de altura que tiene una gran influencia e importancia en diferentes partes de la trama de La marca de Odín: El Despertar. No por nada, Luis Odén, el principal protagonista de la historia es un paracaidista de elite.
Es posible que muchos os hayáis preguntado el porqué de que Luis fuera paracaidista y el protagonismo que se le da en determinados momentos de la historia. Desde que era pequeño siempre había soñado con volar, ya fuera a los mandos de un avión o imaginando poder hacerlo por mí mismo. Sentir el aire contra el rostro mientras te desplazas a toda velocidad por el aire es una experiencia indescriptible.
Es por ello que cuando empecé con la idea de escribir el libro y determiné que el principal personaje protagonista tenía que ser un paracaidista, debía poder experimentar personalmente qué se sentía cuando uno se lanza de un avión para ser capaz de transmitirlo adecuadamente con palabras. Así, tuve la excusa perfecta que me dio el coraje para realizar uno de mis grandes sueños, iniciarme en el apasionante mundo del paracaidismo.
Tuve la suerte de que en Sevilla existe un Club de Paracaidismo con gente estupenda y profesional, con los que tuve el honor de iniciarme, sacarme la licencia de paracaidismo y probar que era capaz de hacerlo, de saltar de un avión a más de mil metros de altura y saber qué es lo que se sentía.
He de deciros que el paracaidismo, fuera de lo que podáis pensar, es un deporte muy “sencillo”. Son cuatro las reglas básicas que uno debe dominar para poderlo practicar. Por lo que en este sentido me parece mil veces más fácil que otros que he practicado. Evidentemente, saltar desde un avión requiere de temple, de ganas sinceras de disfrutar de esa experiencia y, sobre todo, tener capacidad de reacción ante los imprevistos. Ya que no nos engañemos, cometer un error fatal en el aire, es mucho más serio que si estamos yendo en bicicleta.
Posiblemente uno de los momentos más duros a la hora de practicar el deporte sea el ascenso en avioneta hasta la altura óptima de salto. Estar apretujado con tus compañeros y que de repente se abra la puerta y entre el aire a 250 km/h es todo un golpe, que a más de uno le hace echarse atrás. Pero si mantenemos el temple, llega aún lo más difícil, acercarnos a la puerta y cuando llegamos tenemos el momento clave. Aquel en el que nos preparamos para saltar y vemos el mundo, ahí abajo, tan pequeño, tan insignificante, pero a la vez tan grandioso. La primera reacción que uno tiene es de pensar “estás loco, ¡qué vas a hacer!”. Pero si superas ese trance, puesto que ya no hay vuelta atrás, te impulsas y te lanzas…
Creo que nunca podré olvidar mi primer salto. Sentí miedo, para que voy a engañaros, pero al final me dije que si había llegado hasta ahí ya no podía echarme atrás. Así que salté y todo fue una explosión de adrenalina. Los primeros segundos del salto son como un pozo negro, la mente es incapaz de procesarlos pero cuando se abre el paracaídas (tened en cuenta que los primeros saltos que uno hace siempre son de apertura automática), miras hacia arriba y ves alejarse la avioneta un nuevo mundo se abre para ti. Compruebas que el paracaídas se haya abierto bien, normalmente las cuerdas se enredan un poco, pero nada que no se solucione con unos tironcitos. Una vez que has comprobado que está todo ok, coges los mandos y ya lo que toca es disfrutar…
Y como se disfruta queridos lectores, imaginad la sensación de estar flotando mientras veis todas las marismas de Doñana, la ciudad de Sevilla, incluso la ciudad de Huelva si agudizas la vista. Esa fue mi primera visión cuando salté, toda una maravilla. La verdad es que ahí arriba, tras la descarga inicial de adrenalina, sentí una inmensa sensación de paz y tranquilidad. Parecía que estuviera yo solo con el mundo a lo lejos observando. A la hora de descender con el paracaídas la cosa varía según nuestras ganas de jugar. De acelerar, frenar, hacer loopings y de no olvidar nunca cual es nuestro punto de aterrizaje. Más que nada porque si nos alejamos luego la caminata de regreso puede ser simpática.
Cuando se está a menos de trescientos metros debemos iniciar las maniobras finales de aproximación a nuestro punto deseado de aterrizaje. Hay que tener en cuenta siempre la dirección del viento. Puesto que si lo tenemos de cara nos frenará y tendremos una tomadura de tierra suave. En cambio, si lo tenemos a nuestra espalda nos acelerará y puede que tengamos que rodar un poco al caer. Si se hace bien, aterrizar es igual de brusco que bajar un escalón de una escalera. Nada del otro mundo. En mis saltos he tenido un poco de todo, desde aterrizajes suaves, hasta bruscos, como cuando tuve que hacerlo en un campo de girasoles. Pero no preocuparos, como os he dicho, la formación es buena y las reglas son muy básicas, por lo que aún en la peor de las situaciones si las seguís a rajatabla no hay nada de qué preocuparse.
Esto es todo por ahora, en una próxima entrega profundizaré más sobre este deporte, su influencia en el personaje de Luis y la idiosincrasia de los saltos HALO (Alta Altitud, Baja Apertura).
Mientras tanto, si os despierta la curiosidad y queréis iniciaros en este apasionante mundo aéreo os recomiendo que echéis un vistazo a la web del Club de Paracaidismo de Sevilla y a su página de Facebook. Con ellos podréis sacaros tanto el curso de iniciación (incluye dos días, uno teórico y el otro con tres saltos de apertura automática) o bien realizar un salto tándem para probar la experiencia. ¿Os atrevéis?